"Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una
desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien
hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los
bosques, lejos de los hombres, como un suicidio;
un libro tiene que ser el hacha
para el mar congelado que llevamos dentro
."

Franz Kafka


miércoles, 23 de abril de 2008

Gregor Samsa en Münster

Ayer el Prinzipalmarkt volvió a nacer y, por supuesto, Münster renació. Fue un verdadero privilegio manejar esa bicicleta fiel en el mismo instante en el que la metamorfosis tuvo lugar. El pedaleo fue volviéndose fácil y armonioso a medida que el sol iba tomando el lugar que reclamaba desde hace algunos días. Calamaro cantaba en mi oído y de pronto, la casaca negra que llevaba puesta me empezaba a quemar en la espalda. La letra hablaba de fumarse un porrito y yo por supuesto, buscaba el parque más cercano para completar la escena. Pasé el Arcade –el centro comercial más grande de la ciudad- y tuve que hacer unas piruetas para no atropellar a las dos chicas que disfrutaban de sus helados de chocolate recién comprados. Luego observé por primera vez, el “Salón de la Paz” -donde se había firmado la Paz de Westfalia-; tenía las puertas abiertas y la gente estaba saliendo apresurada para contemplar la metamorfosis inesperada.

Manejar mi bicicleta verde por el centro empedrado de la ciudad se había convertido de pronto en un verdadero placer. Ya no me congelaba la cara con el viento inclemente. Ya no se me hinchaban las manos por el frío miserable. Ahora hasta los pájaros habían llegado a la ciudad para recibir la primavera en primera fila. Los turistas, que tal vez siempre estuvieron ahí, se hicieron visibles por arte del sol y empezaron a capturar aquél milagro con el lente de sus cámaras. Los alemanes sonreían de felicidadad sentados en las mesas de los restaurantes; ahora ubicados en plena calle empedrada del Prinzipalmarkt. Las meseras nos regalaban escotes primaverales que adornaban el paisaje y hacían olvidar la belleza de las casas reconstruidas al estilo de los años cincuenta, como consecuencia del devastador bombardeo de la segunda guerra mundial. Mientras todos se quitaban las casacas y se quedaban en polos de manga corta, todas estrenaban sus faldas recién compradas y se quedaban con muy poco en el cuerpo. Gracias a ello, nosotros nos quedamos con mucho más en el nuevo paisaje.
Hoy, el día ha confirmado el cambio. Ya no estamos más en la República Federal Alemana, sino en la Sommerbundesrepublik Deutschland. Este país no es el mismo que el de anteayer. Estoy seguro que de seguir vivo, el mismísimo Jellinek apoyaría mi moción de cambiarle el nombre a Alemania durante la primavera y el verano. El argumento es irrefutable: este es otro país, otra Alemania transformada de pies a cabeza por el sol. Las personas son otras -sin ninguna duda-, el territorio ha cambiado drásticamente y por último, el poder se ha transformado; sino échenle un vistazo a los escotes de Angela Merkel –aunque no me responsabilizo por las secuelas nefastas que ello pueda traer-. Esta metamorfosis me dejó tan estupefacto, que en medio de responsabilidades pendientes que cumplir y noticias trascendentales que comentar, el día de hoy opté por dejar "la consciencia" en mi habitación y me fui con mi novia a echarnos sobre el nuevo territorio alemán: esparcimos nuestra alegría por el pasto y combatimos el calor que empezaba a sofocarnos con un libro que ella me leía en tres idiomas; a los lejos, unos niños alemanes de unos ocho años se contagiaban de la fiebre de la primavera y jugaban con un cerveza alemana muy refrescante.
Asistí luego y un poco tarde, a la clase de Derecho Constitucional Español y pude comprobar que la profesora también había sufrido su metamorfosis. Se veía menos preocupada por averiguar si los alumnos entendían perfectamente el derecho español. Vestía un pantalón negro muy ceñido y un escote que le quitaba de encima algunos años; y por si fuera poco, sonrisas coquetísimas se le escapaban en medio de explicaciones teóricas sobre la discriminación. Por supuesto, casi todos los hombres se la pasaron discriminando en la clase: miraban los escotes de las dos rubias de la esquina en lugar del escote español. Yo sin embargo no los culpo y aliento, a mucha honra, esa clase de manifestaciones contrarias a la Constitución de Bonn y de España.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En Lima, ciudad capital, los escotes siguen siendo lo mejor que hay.
Eso y Gastón Acurio, que duda cabe.

En Lima,ciudad capital, el sol es renuente a ir. Un clima suave y templado asoma de cuando en vez, y amenaza con ferocidad al sol, que se resiste... y resiste.

En Lima, ciudad capital, algunos amigos cubren el vacio de otros amigos. Al menos eso pienso mientras escribo esto.
Me doy cuenta de algo: en Lima, ciudad capital, hay vacios que no se cubren... pero gracias al cielo, existe el retorno.
Una canción de sui generis, se aplica bien: "amigo mio, vuelve a casa pronto!"...

Desde Lima, ciudad capital, dejo tu tarea de fin de semana.

m.

ps.- dentro de las lineas del comercio internacional podemos cambiar algun escote nacional por una poliglota de tres lenguas.