"Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una
desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien
hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los
bosques, lejos de los hombres, como un suicidio;
un libro tiene que ser el hacha
para el mar congelado que llevamos dentro
."

Franz Kafka


lunes, 31 de marzo de 2008

Unas chelas con Paul y Basti en la cocina

Basti: -¿Cómo será cuando regreses a tu país?-

Yo: - Supongo que un poco extraño, como la última vez.-

Basti: -Pero, ¿contento?

Yo: - ¡Ah, claro que sí!, de todas formas contento.

Basti: -Lo digo porque … Por si acaso no quiero sonar ofensivo, y es más, no conozco exactamente mucho sobre tu país, pero lo que intento decir es que de repente vas a ver mucha más …-

Yo: -¿Pobreza?-

Basti: -Sí, y no sé si es que haya mucha cómo he escuchado que hay en Argentina y en Brasil.-

Yo: -Puedes estar seguro de que es así o peor.-

Basti: -¿Y puedes regresar contento con tanta pobreza alrededor?-

Yo: - Buena pregunta. Ahora que me toca responder, me imagino que debo decir que sí. Desgraciadamente hemos llegado al punto de “vivir” tranquilos en medio de ella.-

Basti:- Tal vez sea porque no la ven tan de cerca, tan próxima ¿me entiendes?-

Yo:-¿A la pobreza?, no, no es por eso créeme. Es más bien porque hemos aprendido a discriminar hasta lo que vemos en la realidad.-

Basti:- Pero si Paul Watzlawick ha dicho que la realidad no existe, ¿no te lo dije ayer, ebrio de porquería?

Yo:- Pues entonces, ¡salud por ese marica que ha dejado dormir tranquilos a millones de personas, sin habérselos contado todavía!

viernes, 28 de marzo de 2008

Selber Schuld y el fraude tributario (parte II)


Al frío áspero de febrero suele combatírsele en Alemania con la celebración de los carnavales. Muchas ciudades se inundan de desfiles, disfraces, música a todo volumen, cerveza, Bratwurst, bailes y por supuesto, más cerveza. Combinación suficiente, dependiendo del grado de alcohol, para hacerle olvidar a uno que en las noticias pronostican vientos huracanados y que el termómetro marca los dos grados centígrados. Sin embargo, este año en Alemania la temperatura subió abruptamente a mediados de febrero no por los festejos, sino como consecuencia del escándalo fiscal más grande de la historia de este país, al descubrirse que aproximadamente cuatrocientos mil millones de euros fueron a parar a Liechtenstein en lugar de incrementar las arcas fiscales teutonas.

El ex administrador de la Deutsche Post, Herr Zumwinkel, nunca olvidará la mañana del 14 de febrero en la que, minutos después de las once, efectivos de la policía alemana entraron a su casa para detenerlo por evasión tributaria en medio de una operación que fue transmitida por televisión y seguida ante la mirada atónita de millones de personas. A pesar de las escenas espectaculares transmitidas por televisión, su caso no es más que la punta del iceberg contra el que se ha chocado un país que confiaba a ciegas en la integridad de su modelo de economía social de mercado. Según información del Bundesnachrichtendienst (Agencia Federal de Inteligencia Alemana), los implicados son cientos de alemanes dentro de los que se encuentran personalidades muy famosas del mundo de las finanzas, los negocios y hasta del deporte.
El semanario Der Spiegel, detalló en su edición del 18 de febrero los pasos que se deben seguir para abrir una Fundación en Liechtenstein con fines ilícitos. Basta con que el fundador se contacte con uno de los 300 fiduciarios que existen en ese país, abone un pago por los derechos de constitución de la fundación y reciba un título de fundación, para que enseguida pueda depositar su dinero. A cambio de confiar en el sistema de Liechtenstein, su nombre no aparecerá en ninguna lista de datos. El fiduciario abrirá después, en nombre de la fundación, una cuenta en cualquier lugar del mundo donde sólo su nombre será el que aparecerá en los registros públicos accesibles y sólo él conocerá el verdadero nombre del fundador.
En el año 1997 se desató un escándalo relacionado también con la transferencia de capitales extranjeros hacia Liechtenstein. En aquella oportunidad los medios de comunicación pusieron al descubierto el verdadero rol que jugaban la mayoría de Fundaciones constituidas en ese paraíso fiscal. Se hizo público que dinero proveniente de cárteles de droga sudamericana era depositado en “cuentas sin nombre” en el LGT-Bank, de propiedad de la familia del Principado. En seguida, la presión internacional fue tan fuerte que el Principado prohibió las cuentas anónimas y dio cabida a estrechas relaciones con diferentes países mediante las cuales se permitieron investigaciones sobre presuntos fraudes y conductas delictivas: menos sobre fraude fiscal.
El actual escándalo, a diferencia del mencionado arriba, reviste de particular trascendencia debido a que no sólo se han encontrado datos de evasores fiscales, sino además instrucciones del propio Principado para encubrir el flujo de capitales. Es por ello que mientras existan bancos como el LGT-Bank no cabe dudas de que el Ministerio Público de Liechtenstein se rehusará a abrir investigaciones serias y optará por hacerse de la vista gorda. Ante este escenario, el verdadero problema de carácter internacional que subyace al escándalo es la responsabilidad de un gobierno por encubrir o alentar el fraude fiscal.

Por otro lado, la dimensión interna de este escándalo deja al descubierto dos problemas que han capturado la atención pública durante el mes de marzo, a saber: (i) si es correcto o no que la Agencia Federal de Inteligencia se dedique a perseguir a evasores fiscales “en lugar” de perseguir terroristas; y, (ii) la viabilidad del sistema económico y democrático alemán. Respecto al primero, una Comisión del Parlamento Alemán investiga por el momento, la participación exacta que tuvo la Agencia Federal de Inteligencia en esta operación. Esto no le resulta extraño a la mayoría de alemanes, quienes apoyan esta acción, ya que dicha Agencia pagó nada menos que cinco millones de euros al informante y ex trabajador del Banco LGT-Bank a cambio de un DVD con la lista de los evasores.
Lo que llama la atención en medio de esta crisis es que, habiendo tenido lugar en medio de elecciones, el escándalo no ha sido utilizado por ningún partido político como argumento para criticar la política anti-terrorista del gobierno. Esto tiene que ver con que el tema está empezando a ser digerido y terminado de creer por todos, pero sobre todo también con la ausencia de atentados terroristas concretos y el hecho de que el actual debate sobre los procedimientos más idóneos para los acusados de terrorismo se lleva, como la mayoría de estos temas, a un nivel muy alto donde juristas y jueces debaten con políticos y líderes de opinión. Esto último en especial, había captado la atención pública durante las últimas semanas de enero, de tal forma que una crítica oportunista resultaría en estos días una espada de doble filo.
La verdadera herida causada por el escándalo se encuentra en el corazón de la sociedad alemana. Lo que en el fondo se ha quebrado es la confianza que existía entre los alemanes al creer que todos pagaban sus impuestos de acuerdo a sus ingresos y que gracias a ello los recursos del estado se distribuían de tal suerte que el bienestar social era algo que alcanzaba a todos por igual. Por el momento, el gobierno ha anunciado una operación sin precedentes cuyo objetivo es demostrar, mediante la detención de los “sospechosos”, la implacabilidad e intolerancia frente a los que se atreven a desestabilizar los cimientos de la sociedad por medio del fraude fiscal.
The Economist cubría esta noticia la última semana de febrero mediante un artículo en el que explicaba que la palabra Schadenfreude (“la alegría del mal ajeno”, en español) no podía haber sido inventada sino para describir situaciones como la detención de Zumwinkel, dejando entender que los alemanes se alegraban de la suerte del ex administrador del correo alemán. Sin embargo, resulta difícil de creer que verdaderamente el escándalo fiscal haya dejado espacio para alegría alguna entre los alemanes. Yo prefiero quedarme con una líneas del Der Spiegel, donde se aprecia que más que una alegría por el mal ajeno, el caso Zumwinkel ha sembrado dudas y nuevos retos en la sociedad alemana, donde "existen algunas personas que sólo quieren formar parte de ella cuando pueden sacar provecho de esa situación, de lo contrario prefieren mantenerse al margen. Esa actitud cuestiona la misma democracia en tanto que ésta espera, a cambio de las ventajas que otorga, el pago de ciertos precios, como por ejemplo la solidaridad”.
Ante el aviso del gobierno, decenas de personas han llamado a la policía para entregarse voluntariamente antes de ser procesadas por evasión de impuestos. Las protestas de los jóvenes tampoco se hicieron esperar en un país donde la vulneración a una norma fundamental se siente realmente como una ofensa contra toda la sociedad, la cual responde sin titubeos ni demoras. Por el momento, marzo parece haber traído también sus vientos huracanados en respuesta al escándalo fiscal de febrero, vientos de lucha contra esas demostraciones de individualismo que socavan la democracia, para ser precisos. Entre tanto y mientras esperamos el desenlace de esta crisis, queda la pregunta en el tintero de si este país, que alguna vez pudo pararse de su peor caída después de la segunda guerra mundial, podrá hacer lo mismo en esta oportunidad.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Advertencia a mí mismo

He empezado esta obra solo, como se empiezan todas las cosas en esta vida. Y aunque por el momento la única certeza que me acompaña es saber que el camino es incierto y que el norte de hoy podría ser el sur de mañana -lo que es propio en los escenarios de la juventud-, me invade una seguridad inquietante al reconocer que llevo en mis piernas la brújula de la libertad.
Reconocer la fragilidad de esa brújula es una necesidad antes que un deber. Hay quienes lamentan nunca haber llegado a su destino, cuando lo irónico resulta constatar en el ocaso de su historia, que nunca pudieron siquiera trazarse un punto de llegada -ahora imposible-. Pero si de algo tengo miedo esta noche es de convertirme en uno de aquellos que afirman, sentados sobre la silla letárgica de la rutina, estar andando más firmes que nunca sobre su propio camino.
Confío en que estas líneas me aparten de esa suerte.

domingo, 16 de marzo de 2008

Selber Schuld y el fraude tributario (parte I)

Entré a la sala de practicantes para buscar a Ramón y lo encontré poniéndose la casaca que solía vestir los días miércoles. Yo me puse el abrigo que solía ponerme todos los días menos el fin de semana y en seguida le hice el gesto con la ceja que significaba que ya era hora de ir por nuestro almuerzo. Bajamos por el ascensor donde nos encontramos con los diplomáticos que se dirigían a un restaurante cercano y conversamos por primera vez sobre el “pasado” académico de cada uno de nosotros -ellos pensaron hasta ese momento que yo ya había terminado la universidad-. El tema de la educación en la Universidad Católica nos agarró cuando estábamos bajando por la Mohren Straße y no tuve tiempo de explicarles a sus ahora ex-alumnos y jefes nuestros, algunas de las cosas que habían cambiado desde que dejaron la PUCP. Nos despedimos poco antes de doblar hacia la calle donde quedaba el imbiss en el que solía comer hasta hace poco menos de tres semanas y un fuerte golpe de viento helado nos castigo en la cara como para recordarnos que aún estábamos en Berlín.

Al terminar de disfrutar nuestro döner, el cual recibimos a cambio del accesible pago de € 2.50 y de aguantar el trato descortés de un turco bigotón muy parecido a Nicolás Lucar (lo cual convertía la situación en un preámbulo doblemente desagradable), nos dirigimos a comprar a Lidl, uno de los supermercados más conocidos en Alemania. Al hacer la cola para pagar en la caja notamos la presencia de una chica un tanto desorientada: ya había recorrido por más de tres veces el camino que nos separaba del cajero y parecía estar llamando a susurros ininteligibles a unas niñas que conversaban en la calle. No fue hasta que terminamos de intercambiar las primeras frases de una conversación sobre la pésima atención que brindan los cajeros alemanes, cuando la chica pegó un salto digno de condecoración en alguna competencia olímpica y nos abordó con una sonrisa de quien encuentra ayuda inesperada en medio de una situación apremiante. -¿Habláis español?, qué bueno-, (se respondió ella misma). Enseguida nos hizo un par de preguntas sobre la forma de pago en los supermercados alemanes, las cuales no se había atrevido a formular al cajero alemán no porque no supiera hablar alemán, sino por miedo a su reacción.

Fue hasta ese momento que creí que los únicos que nos desesperábamos en la cola buscando el monto exacto de lo que teníamos que pagar, para no recibir una mirada fulminante de los cajeros, éramos los latinos, africanos, asiáticos y árabes. Resultó entonces que hasta los propios europeos compraban con cierto temor en un país donde supermercados como Wong no tendrían la más mínima oportunidad de competir. Y digo esto último porque a través de la compra en los supermercados uno puede observar un cierto rasgo de la cultura alemana: la autosuficiencia. Nadie estaría dispuesto a pagar un poco más en el precio de los productos a cambio de una mejor atención. Nadie se sentiría cómodo con personas al costado que te recomiendan qué producto es mejor para tu necesidad, primero porque nadie mejor que “ellos” (los alemanes) sabe qué es lo que quieren y segundo porque de tener alguna pregunta acudirían a una de las dos personas que se encargan de acomodar los productos, así de sencillo. Sin embargo esas son razones secundarias por las que Wong no tendría éxito en Alemania, la principal es que los alemanes creen que esos empleos son un abuso. ¿Acaso no puede darse uno el trabajo de averiguar las características de los productos leyendo sus etiquetas?, o ¿resulta tan penoso acomodar en las bolsas los productos que compramos?, lo cierto es que el sólo hecho de formular estas preguntas indignarían a más de uno en estas tierras.

Mi segunda experiencia con los “cajeros” alemanes tampoco me tuvo como protagonista. En esa ocasión una francesa (seguramente estudiante de intercambio) se quedó sin efectivo para pagar en la caja. Tuvo que explicarle a la cajera, con el acento alemán más suave que he escuchado en toda mi vida, que lamentablemente tendría que ir a pedir dinero a su amiga que la esperaba afuera en la calle y que luego regresaría por sus cosas. Casi temblando, luego de ver la cara de la cajera que había aceptado su propuesta, la chica puso la mochila que llevaba para sus compras encima de la mesa de aluminio donde se colocaban todos los productos que pasaban por el lector del código de barras. Ni bien observó la mochila en su nuevo lugar, la cajera la cogió y sin importarle que hubieran cosas delicadas que se pudieran romper, la tiró al suelo con una violencia tal que no le dejó alternativa a la francesa, quien siguió su camino a la puerta, resignada y asustada. Estuve a punto de recriminarle a la cajera por el pésimo trato que brindaba cuando escuché al unísono un “selber schuld”, pronunciado por las tres personas restantes que estaban en la cola. En el acto se me desinfló del pecho toda la valentía que me había brotado por observar aquella escena y comprendí que aquellas “pequeñas” diferencias culturales que existen entre algunos países occidentales y otros occidentalizados resultan a veces significantes dependiendo del contexto. Lo que para mí era una muestra inaceptable de mal trato, no era más que una respuesta proporcional y comprensible (quizá hasta plausible) para la mayoría de alemanes. El hecho de que la chica dejase su mochila significaba que interrumpiría el trabajo de la cajera, lo cual a su vez repercutiría en la pérdida de tiempo que sufrirían los demás clientes que hacían la cola, y eso era evidentemente reprochable. Era pues "culpa propia" de la francesa haber arriesgado la integridad de los objetos que llevaba en su mochila.
Cada quien es en Alemania, responsable de sus actos y de las consecuencias que estos conllevan. Si alguien “mete la pata”, debe arreglárselas sin ayuda para salir del apuro; y no me refiero únicamente a los problemas que uno puede originar(se) en el supermercado sino en general, en la vida en sociedad. Con esto sin embargo no quisiera ocultar la ayuda que algunas personas efectivamente, suelen brindar a los distraídos que se meten en líos menores, pero resulta más exacto precisar que esta ayuda exitse más que como regla, como una excepción.

¿Existe cierto olor a individualismo en la sociedad alemana?, por lo menos para mí, sí. Pero sería preferible decir que ello es en realidad parcialmente cierto. Podría tomar bastantes ejemplos que servirían para demostrar que si bien los alemanes han hecho de la frase “selber schuld” una marca registrada que resume perfectamente su modo de observar la responsabilidad individual dentro de la vida en sociedad, eso no significa que valores como la solidaridad, la equidad y la justicia no sean apreciados, todo lo contrario. Están las huelgas de los transportistas que ningún periodista se atrevería de tildar como manifestación anti-democrática y ni qué decir de imaginarse la posibilidad de que Angela Merkel los compare con el perro del hortelano, estas huelgas acaparan la atención del ciudadano de a pie, quien trata de enterarse de las razones de la misma antes de apresurarse a lanzar alguna crítica. Están, por otro lado, las protestas estudiantiles por el alza de los “derechos académicos” que los universitarios deben pagar cada inicio de semestre o la protesta por la mejora de la estructura curricular con la que en muchas facultades no están de acuerdo; estos alumnos son escuchados ese mismo día en que protestan por los profesores de su facultad, preocupados porque se superen los problemas y porque no se pierdan horas de clase. Sin embargo no he encontrado mejor ejemplo para demostrar el aprecio por la justicia y la equidad en la sociedad alemana que el escándalo internacional sobre fraude tributario que involucra a la República Federal Alemana y al Principado de Liechtenstein, considerado por la prensa alemana como la peor catástrofe desde la era nazi.