"Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una
desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien
hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los
bosques, lejos de los hombres, como un suicidio;
un libro tiene que ser el hacha
para el mar congelado que llevamos dentro
."

Franz Kafka


domingo, 15 de junio de 2008

¿El eterno país de los unos y los otros?

La primera vez que vi a Simon fue un miércoles de mayo en un café de Münster ubicado en una de las calles empedradas que desemboca en la plaza principal de la ciudad. Aquel día todos los amigos de mi novia estaban afuera –entiéndase, en las bancas- tomando café y disfrutando de los primeros rayos de sol que ofrecía el 2008. Ni bien me acerqué a saludarlo me pude dar cuenta que aquél era el novio austríaco de Miriam (una amiga nuestra, mitad peruana- mitad alemana) que había estado en Perú por un año; no fue difícil llegar a esa conclusión pues llevaba un polo amarillo –diseñado por él mismo- estampado con la Estela Raymondi. Ese mismo fin de semana hubo una reunión en la casa de una de las amigas de Katrin, Anne estaba estrenando nueva casa –un depa en el que desde hace unos meses vive con su novio- y eso es motivo suficiente, en esta parte del mundo, para invitar al grupo de amigos y tomarse unas cervezas. En aquella reunión pude conversar nuevamente con Simon. Le pedí que fuese franco respecto a cómo le había parecido mi país y me dijo que le había encantado. Sé que fue sincero porque si bien rescató algunas cosas positivas no dudó en decirme que la inseguridad es un problema que no lo dejaba vivir tranquilo ni disfrutar sin miedo las posibilidades que le daba el Perú, o que tampoco le gustaba ese afán de algunos limeños por “demostrar” las comodidades materiales con las que cuentan, o que le chocó tremendamente la discriminación que existía entre peruanos y tal vez aún peor, la indiferencia hacía el mundo indígena.

Simon estudia arte en uno de los países más ricos de toda Europa. Austría su país, le garantiza la satisfacción de derechos sociales con los que millones de peruanos ni siquiera sueñan, y si bien sabe que tiene un futuro más o menos asegurado en el sentido que la idea de pasar penurias económicas le resulta inconcebible, Simón está dispuesto a dejar ese “paraíso” para irse a vivir al Perú. Así es, Simon se ha enamorado de un país o mejor dicho, de un país-reto. Lo suyo es el arte y sabe que eso a lo que nosotros los limeños llamamos “artesanía”, esconde técnicas ancestrales altamente valoradas por las universidades europeas que han puesto el ojo en el arte poco valorado por los peruanos mismos. Su propósito es contribuir desde su esquina –el arte- con el desarrollo de los menos favorecidos: de aquellas personas que son las menos valoradas, las menos escuchadas y/o las menos vistas, pero al mismo tiempo, las más interesantes. Esta idea de que los perdedores de la historia no solo tienen el derecho a ser escuchados, sino que además y paradójicamente son los que cosas más interesantes tienen que contar es algo que se lo escuché a Eduardo Galeano en una entrevista que le hicieran hace algún tiempo, y en la cual, confesó su sana envidia por países como Guatemala, Bolivia, Ecuador y Perú por ser países con un alto porcentaje de población indígena, memoria viva de su historia.
Hoy me he acordado de Simon porque después de mucho tiempo y debido a que en otro medio había escuchado un nueva perla de Aldo Mariátegui, hoy revisé su columna en el Correo. Lo trágico en esta ocasión no resultan sus comentarios –y no digo análisis político porque esta palabra resulta una camiseta que pesa mucho para este señor- sino el comentario de un incauto lector de aquel diario que Aldo Mariátegui reproduce; aquella persona dice: “El censo demuestra que cada vez son menos las personas que viven en los guetos serranos llamados comunidades campesinas. Cada vez hay más seres humanos que optan por occidentalizarse y dejar esa arcaica e indigna forma de sociedad, que por la gracia de los izquierdistas se pretende eternizar en pleno siglo XXI (…)La tarea debe resumirse en occidentalizar de modo urgente a esa población”.
Después de todo, me he dado cuenta que uno puede aprender mucho acerca de los defectos de su propia sociedad estando inclusive en el extranjero, como es mi caso. En mi país no solo hay porta voces de la globalización más radical y arrasadora, sino que hay periodistas que se supone han sido educados y que sin embargo reproducen en medios masivos muestras de intolerancia y de un "mesianismo cultural" tan ridículo como peligroso, tal y como lo demuestra el comentario que acabo de citar en el párrafo último. El mío es pues un país para enamorarse, como lo ha experimentado Simon, pero es cierto también que es un país profundamente dividido donde los unos ignoran a los otros, si tienen suerte; porque si no la tienen, los unos se imponen sobre los otros.

Nota: sigo contando los días que lleva José Carlos, su abuelo, conteniendo las ganas de levantarse de su tumba para pegarle a su nieto.