"Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una
desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien
hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los
bosques, lejos de los hombres, como un suicidio;
un libro tiene que ser el hacha
para el mar congelado que llevamos dentro
."

Franz Kafka


sábado, 26 de abril de 2008

La Aldea -parte I-

El día que Simón Chamorro regresó a la Aldea lucía una barba prominente y unas greñas que le cubrían los ojos, llevaba tatuado en el pecho desnudo el rostro de Aureliano Malpica y en la muñeca derecha, le colgaba la cinta donde le habían grabado los crímenes que había cometido: guardarse la cosecha de abril para venderla en el pueblo de Jirones y no haber asistido al templo tres domingos seguidos. La Aldea tenía sus costumbres ancestrales y se regía por normas muy estrictas que habían sido escritas por su fundador, el señor Malpica. Se trataba de una comunidad profundamente religiosa y muy famosa por ser el único lugar de la región donde nunca se había sufrido de hambruna. En la Aldea no existía la moneda, ni tampoco estaba permitido establecer comercio con los pueblos cercanos de la región, lo único que se practicaba al interior era el trueque. Los pobladores se dedicaban a trabajar el campo desde las seis de la mañana hasta las tres de la tarde, en la tarea ayudaban todos los hijos mayores de catorce años; luego de lo cual, asistían entusiasmados a la escuela hasta las siete de la noche. Las mujeres, en su mayoría, habían aprendido de sus madres el arte de tejer la ropa mientras narraban a sus hijos la historia de la Aldea, de esta forma confiaban en que los valores – escritos también por el señor Malpica-, nunca fueran a perderse en el tiempo o en el desierto.
Quien recibió a Simón Chamorro en el centro de la plaza fue José de Los Santos Malpica, jefe de la Aldea por más de treinta años y tataranieto del mismísimo Aureliano Malpica; como no podía ser de otra manera. José lo tomó de las manos y lo ayudó a caminar por la plaza empedrada mientras la multitud ensayaba algunos canticos y empezaba a aplaudir con euforia. Si bien Simón había perdido el sentido de ubicuidad hacía más de tres semanas en el desierto, supo reconocer que del lado del templo un niño gritó sorprendido: “¡Papá, ese hombre no va a llegar hasta arriba!” El padre del niño se prestaba a responderle enseguida, que nadie en la Aldea había muerto antes por haber pasado en el desierto los cuarenta días que mandaba el libro de purificaciones del señor Aureliano Malpica, cuando de pronto estalló en la atmósfera el sonido de un derrumbe armonioso. Fue el sol el culpable de la caída más rítmica que jamás se hubo escuchado en la Aldea. La sufrió -casi en cadáver- Simón Chamorro cuando se proponía subir el tercer peldaño de la escalera que lo llevaría hasta el pozo. La mugre del pelo ya casi no lo dejaba ver, pero fue en definitiva el brillo del sol lo que terminó por enceguecerlo cuando apoyaba el pie derecho sobre la escalara de madera, ocasionando que la puntería lo traicionase y enviándolo de bruces contra el piso empedrado. Sin embargo, Simón no duró en el piso ni dos segundos porque en seguida, la gente lo vio pararse y exclamando que se encontraba perfecto de salud, imploró que la ceremonia continuase.
José de Los Santos le agradeció en silencio a su tatarabuelo que aquel pobre joven no se hubiese muerto en el acto, de lo contrario se hubiera puesto en tela de juicio el procedimiento de purificación y probablemente hubiera sido requerido de dar alternativas, las cuales por supuesto no se encontraban escritas en ningún lado. Lo peor para José de Los Santos vino cuando Simón se inclinó para recibir el baño de purificación con el agua del pozo: no había más agua en el pozo. El encargado de custodiar el pozo y de cerciorarse que en el mes de mayo hubiese siempre la suficiente cantidad de agua para abastecer a la Aldea, era el señor Ribogerto Arinza, quien se apresuró a jurar -con la mano encima del libro: “Fundamentos de la Aldea”-, que había sido el propio Simón Chamorro quien, en un arranque de egoísmo, había tomado el agua del pozo para cultivar su propia chacra. Ante aquella vil mentira, Simón abrió los ojos y juntando las pocas fuerzas y el poco orgullo que le quedaba dentro del cuerpo, saltó encima del señor Arinza y le propinó dos puñetes que lo dejaron inconsciente.

La Aldea -parte II-

Una vez que se restableció el orden y luego de que Simón y el señor Arinza se abrazaran durante veinte minutos, conforme lo estipulaba el quinto párrafo del libro de purificaciones; los pobladores empezaron a exigir a gritos a José de Los Santos Malpica, que tomara cartas en el asunto y llegara a una solución justa. El jefe de la Aldea, sin embargo, no tenía idea de por dónde empezar. Simón acababa de regresar del desierto y aguardaba por el baño de purificación para completar el procedimiento establecido, cuando todos se enteraron que el mismo Simón había cometido otro delito. Sin embargo, no se hubieran enterado de ello, si el agua no hubiese faltado en el pozo.

Si bien José de Los Santos pensaba que era demasiado raro que recién ahora don Rigoberto Arinza revelase el crimen de Simón, no podía dudar de que quien jurase algo en nombre de los “Fundamentos de la Aldea”, no podía atreverse a mentir. Ya estaba casi seguro de que el único problema sería establecer el día en que Simón debería retornar al desierto por veinte días más, cuando cayó en la cuenta de que el párrafo veinte de los “Fundamentos de la Aldea”, le permitía a uno hacer justicia por sus propias manos en el caso de que alguna persona levantase falsos testimonios en contra suya. Dicha medida no podía ser desproporcional y estaba permitido por tal razón, defender el honor con dos puñetes como máximo; tal y como lo había hecho Simón Chamorro. Ahora el problema se había convertido en un verdadero laberinto para el cual no existía ninguna salida predeterminada. Las gotas de sudor que resbalaban por el cachete izquierdo de José de Los Santos, revelaban la desesperación que lo gobernaba por dentro a consecuencia de aquella incertidumbre.
Al cabo de treinta minutos y luego de ver al pobre José de Los Santos Malpica terriblemente confundido y sin atinar a dar una respuesta, Simón le pidió permiso para dirigirse al pueblo; la cual era una de las atribuciones que les eran concedidas -por costumbre- a los que iban a ser purificados. José de Los Santos pensó que su tatarabuelo se había apiadado de él y que había logrado que Simón confesara su delito; por eso no dudó en concederle la oportunidad de que se dirija al pueblo. Para su mala suerte, no se escuchó ninguna confesión. Muy por el contrario, Simón aprovechó la ocasión para convencer a todos de que el verdadero problema era la falta de agua para toda la Aldea. En seguida, fuertes lamentos y gritos de desesperación se empezaron a escuchar. Hasta ese momento de revelación nadie se había percatado de ese asunto. Para calmarlos, Simón les dijo que estaba dispuesto a ir a la cueva del norte para convencer al gobernador de la región de que abriera la llave sur que proveía de agua a la Aldea. Dicha llave había permanecido cerrada desde la fundación de la Aldea y era parte del trato al que había llegado Aureliano Malpica con el gobernador de la región; a cambio de lo cual, la Aldea adquirió autonomía total en su insignificante territorio.
Todos los pobladores acompañaron la propuesta de Simón con aplausos y silbidos. Ahora todos parecían reír descontroladamente y los canticos comenzaban, tímidamente, a inundar cada rincón de la vieja plaza. Aquel festín, sin embargo, no duró mucho. Toda esa algarabía fue interrumpida abruptamente por José de Los Santos Malpica, cuando les recordó que esa negociación resultaba imposible en tanto que no estaba contemplada en ninguno de los escritos de su tatarabuelo. -¡¿Qué nos estás diciendo Malpica, que debemos quedarnos de brazos cruzados y esperar la muerte?!-, gritó indignado uno de los pobladores que se encontraba postrado en unos de los muros cercanos al atrio donde se encontraban José de Los Santos Malpica y Simón Chamorro. La multitud se contagió de la energía que salió de la voz de aquel hombre y comenzó a agitarse y a corear el nombre de Simón, mientras éste, contemplaba casi desafiante al tataranieto de Malpica, convertido ahora en la sombra o un mal reflejo del que hasta hace un par de minutos fuera el jefe de la Aldea.
–Muy bien, muy bien, creo que debemos hacer algo al respecto pero, ¿qué pasa si el gobernador pide nuestra autonomía a cambio del agua?-, preguntó José de Los Santos.
–Creo que no es cuestión de alternativas sino de supervivencia, señor jefe de la Aldea-, contestó con firmeza Simón.
-¡A lo mejor el gobernador quiere otra cosa a cambio, ¿por qué no va usted con el valiente joven para asegurarse de que la negociación resulte provechosa para todos?!-, sugirió la madre del niño que hacía unos minutos, había vaticinado que Simón Chamorro no llegaría “hasta arriba”.

Luego de rascarse la barba blanca que llevaba con cierto orgullo, José de Los Santos Malpica aceptó acompañar a Simón Chamorro a cruzar el desierto en busca de la cueva del norte. Dicha cueva era hasta ese momento, uno de los mitos sobre los que se fundaba la Aldea. Al cruzar el desierto, José de Los Santos se desmayó tantas veces que Simón empezó a disfrutar la sensación que lo asaltaba cuando le cacheteaba para despertarlo. Por fin, cuando atravesaron la arena, escucharon la melodía zigzagueante de un río tembloroso que los invitaba a correr y sumergirse en él. Simón llegó al río al cabo de unos segundos y se baño en él hasta que divisó a lo lejos la cueva que andaban buscando. Cuando José de Los Santos llegó al río arrojó su cuerpo a la corriente refrescante. El agua fría lo despertó al instante pero lo suficientemente tarde como para que evitara el golpe que se dio contra una roca incrustada en medio del río.

La Aldea -parte III-

Cuando entraron a la cueva del norte vieron una mesa infinita, hecha de madera y ligeramente alta como para resultar cómoda para cualquier mortal. En el centro de la mesa se encontraba un viejo barbudo y lleno de arrugas que le decoraban el rostro insípido.

–Los he estado esperando desde siempre-, les dijo el viejo. –La verdad es que no sabía cuando iban a llegar, pero siempre supe que algún día su pueblo se quedaría sin agua por la avaricia de alguno de sus pobladores-, añadió abriendo los ojos.

-¡Queremos que abras la llave del sur, de no hacerlo moriremos en poco tiempo!-, se apresuró a exigir con voz de niño el jefe de la Aldea.

–Disculpe a mi padre, ha tenido dificultades en el desierto y ha olvidado decirle que estamos dispuestos a escuchar las propuestas que tenga-, añadió mintiendo Simón Chamorro.

-¡Qué grata sorpresa recibir en un mismo día a dos generaciones de Malpica en mi mesa; eso sí nunca lo hubiera imaginado, les soy franco!-, exclamó el viejo. –La verdad es que no me interesa pedirles mucho, no quiero quitarles, por ejemplo, la autonomía de la Aldea; pueden quedársela si lo desean. Lo que quiero a cambio de abrir esa llave es que los dos se queden a vivir en el pueblo de Jirones; que se queden para siempre y que no regresen nunca a la Aldea. Tienen que ser los dos o no hay trato-. Tengo que asegurarme de que ningún Malpica quede gobernando esa Aldea, pensaba en silencio.

-Lo siento pero tendrá que proponernos otra alternativa, mi pueblo no sabrá qué hacer sin mí y no puedo dejarlos a la deriva, no sería justo para nadie-, replicó con total naturalidad José de Los Santos.

Simón le jaló del brazo izquierdo y llevándolo a un rincón le cogió la cabeza con las dos manos sucias y clavándole los ojos en el alma, le recordó que había sido enviado para acompañarlo con el fin de obtener la mejor alternativa para la Aldea y no para él. Mantener la autonomía y abrir la llave era una opción soñada, casi casi imposible pero que por esos designios de la vida ahora les había caído del cielo. -¿Tú no entiendes?, la autonomía no puede entenderse sin un Malpica al mando; sería como dejar a ese río sin agua refrescante, sería la sinrazón.- le respondió José de Los Santos. -Además, ¡¿qué te hace pensar que me han envidado, ah?! , a mí nadie me ha dado ni me dará indicación alguna, ¿te has olvidado acaso con quien hablas, niño?
-Sé que Jirones les resultará extraño al inicio, después de todo casi no tiene templos, el comercio es el pan de cada día y por supuesto algunos pocos sufren de hambre, pero esto último lo estamos solucionando progresivamente. Además, a ustedes que les gusta participar en la política, podrán hacerlo ahí también; eso podría ayudar en algo a consolarlos-, se apresuró a comentarles el viejo luego de que escuchara la discusión. -¡Ya le he dicho que no existe forma de que me quede en ese pueblo, mejor piense en otra alternativa!-, le gritó enfurecido José de Los Santos mientras avanzaba hacia el viejo con una seguridad que empezaba a recuperar con cada paso que daba. Fue exactamente por darle la espalda a Simón Chamorro, que no pudo ver cuando éste le tiró la piedra que le terminó de partir el cráneo fracturado y lo arrojó inerte contra la infinita mesa de madera. -¡Niño, no sabes lo que has hecho!- exclamó con dificultad el viejo. -Más de lo que usted cree, señor.-, le respondió en el acto Simón.
Cuando se prestaba a abandonar la cueva para dirigirse a Jirones y luego de que el viejo abrió la llave sur, Simón no pudo contener la curiosidad y le preguntó desde cuándo vivía en esa cueva y a cuántos Malpica había visto desfilar por esa mesa infinita. El viejo le explicó que vivía en la cueva desde tiempos incalculables -al menos para él-, y que el único acontecimiento importante que recordaba era la fundación de la Aldea, pues a los pocos años él empezó a vivir en esa cueva. Le confesó que dejó su vida y a su familia en la Aldea; que incluso nunca vio nacer a su hijo y que harto de la vida que lo oprimía ahí, decidió mudarse a la cueva para liberar a los pobladores de la Aldea. –Sin embargo creo que me equivoqué, y de eso me di cuenta luego, justo antes de que me convenciera de que algún día volvería a ver a un Malpica-.
Se dieron un abrazo y antes de empezar a andar, Simón se volvió para recordarle al viejo que no le había dicho cuántos Malpica había visto desfilar en aquella mesa infinita. -Debería decir que he visto a dos, pero ahora estoy seguro de que solo he visto a uno.- le respondió el viejo con una sonrisa. Simón se rascó la cabeza con la mano ensangrentada y siguió su camino hacia Jirones tratando de averiguar lo que realmente había sucedido en esa cueva del norte. Al final, entró purificado -por el mismo-, a ese nuevo mundo con el que tanto había soñado durante las treinta y nueve noches en el desierto.

miércoles, 23 de abril de 2008

Gregor Samsa en Münster

Ayer el Prinzipalmarkt volvió a nacer y, por supuesto, Münster renació. Fue un verdadero privilegio manejar esa bicicleta fiel en el mismo instante en el que la metamorfosis tuvo lugar. El pedaleo fue volviéndose fácil y armonioso a medida que el sol iba tomando el lugar que reclamaba desde hace algunos días. Calamaro cantaba en mi oído y de pronto, la casaca negra que llevaba puesta me empezaba a quemar en la espalda. La letra hablaba de fumarse un porrito y yo por supuesto, buscaba el parque más cercano para completar la escena. Pasé el Arcade –el centro comercial más grande de la ciudad- y tuve que hacer unas piruetas para no atropellar a las dos chicas que disfrutaban de sus helados de chocolate recién comprados. Luego observé por primera vez, el “Salón de la Paz” -donde se había firmado la Paz de Westfalia-; tenía las puertas abiertas y la gente estaba saliendo apresurada para contemplar la metamorfosis inesperada.

Manejar mi bicicleta verde por el centro empedrado de la ciudad se había convertido de pronto en un verdadero placer. Ya no me congelaba la cara con el viento inclemente. Ya no se me hinchaban las manos por el frío miserable. Ahora hasta los pájaros habían llegado a la ciudad para recibir la primavera en primera fila. Los turistas, que tal vez siempre estuvieron ahí, se hicieron visibles por arte del sol y empezaron a capturar aquél milagro con el lente de sus cámaras. Los alemanes sonreían de felicidadad sentados en las mesas de los restaurantes; ahora ubicados en plena calle empedrada del Prinzipalmarkt. Las meseras nos regalaban escotes primaverales que adornaban el paisaje y hacían olvidar la belleza de las casas reconstruidas al estilo de los años cincuenta, como consecuencia del devastador bombardeo de la segunda guerra mundial. Mientras todos se quitaban las casacas y se quedaban en polos de manga corta, todas estrenaban sus faldas recién compradas y se quedaban con muy poco en el cuerpo. Gracias a ello, nosotros nos quedamos con mucho más en el nuevo paisaje.
Hoy, el día ha confirmado el cambio. Ya no estamos más en la República Federal Alemana, sino en la Sommerbundesrepublik Deutschland. Este país no es el mismo que el de anteayer. Estoy seguro que de seguir vivo, el mismísimo Jellinek apoyaría mi moción de cambiarle el nombre a Alemania durante la primavera y el verano. El argumento es irrefutable: este es otro país, otra Alemania transformada de pies a cabeza por el sol. Las personas son otras -sin ninguna duda-, el territorio ha cambiado drásticamente y por último, el poder se ha transformado; sino échenle un vistazo a los escotes de Angela Merkel –aunque no me responsabilizo por las secuelas nefastas que ello pueda traer-. Esta metamorfosis me dejó tan estupefacto, que en medio de responsabilidades pendientes que cumplir y noticias trascendentales que comentar, el día de hoy opté por dejar "la consciencia" en mi habitación y me fui con mi novia a echarnos sobre el nuevo territorio alemán: esparcimos nuestra alegría por el pasto y combatimos el calor que empezaba a sofocarnos con un libro que ella me leía en tres idiomas; a los lejos, unos niños alemanes de unos ocho años se contagiaban de la fiebre de la primavera y jugaban con un cerveza alemana muy refrescante.
Asistí luego y un poco tarde, a la clase de Derecho Constitucional Español y pude comprobar que la profesora también había sufrido su metamorfosis. Se veía menos preocupada por averiguar si los alumnos entendían perfectamente el derecho español. Vestía un pantalón negro muy ceñido y un escote que le quitaba de encima algunos años; y por si fuera poco, sonrisas coquetísimas se le escapaban en medio de explicaciones teóricas sobre la discriminación. Por supuesto, casi todos los hombres se la pasaron discriminando en la clase: miraban los escotes de las dos rubias de la esquina en lugar del escote español. Yo sin embargo no los culpo y aliento, a mucha honra, esa clase de manifestaciones contrarias a la Constitución de Bonn y de España.

domingo, 20 de abril de 2008

El ardor que me hizo recordar algo

Aunque no puedo decir que he vivido momentos difíciles en este viaje siento que hay al menos algunos temores que he empezado a sentir y que me han hecho reparar en cuestiones fundamentales que nos importan a todos. En este viaje he querido conseguir un poco más de dinero, en principio, para costear algunos placeres propios de los jóvenes que quieren conocer un poco más de Europa y que tienen algunas facilidades para hacerlo. En estos momentos sin embargo, el conseguir ese dinero se ha vuelto un poco más que una necesidad. Tuve la oportunidad de hacer unas prácticas en la embajada peruana en Berlín y la verdad es que fue algo que no me costó mucho, a lo mucho un par de llamadas y un correo electrónico con mi CV. Luego obtuve esa práctica que es muy bien vista en esta parte del mundo y pude añadir a mi CV una experiencia irrepetible. Puedo decir, con cierto temor de sonar a sobrado, que ya en Lima había conseguido prácticas en los mejores estudios de abogados con relativa facilidad. Al principio no supe valorar lo que había “conseguido” y de eso se encargaron mis jefes de hacérmelo notar, más o menos a tiempo y con bastante tino. Luego de la lección aprendida valoré cada plaza que se me confiaba y creo haberme desempeñado con responsabilidad y mucho sentido de compromiso.

Hace varias semanas ando buscando trabajo en lo que sea. Y “lo que sea” tiene por supuesto algunos reparos, pero son tan pocos que el adjetivo calza a la perfección y demuestra esa vehemencia con la que uno abraza la idea de obtener ingresos de forma desesperada. Por supuesto no estoy buscando prácticas en algún estudio de abogados porque eso resulta muy poco probable y es algo que se debe gestionar con mucha anticipación. Por el momento sueño con ser mesero, cocinero o tal vez la persona que atiende con un sonrisa a los clientes desde la barra de algún bar o discoteca. He marcado miles de teléfonos pero todos me dicen que buscan a alguien con esa experiencia que no aparece por ninguna parte de mi CV. Mi novia me mira y no puede creer que me resulte tan difícil conseguir una chamba. Yo me quedo mudo ante esos ojos verdes infinitos y me muero lentamente de lo que probablemente sea conocido como el primer caso de frustración crónica e irreversible. Sin embargo no pierdo las ganas y eso se debe en parte a que todos funcionamos altamente motivados cuando la necesidad toca a nuestras puertas todos los días. Lo que sucede es que me han venido unos dolores que ya no tolero más. Son ardores insufribles en la boca del estómago, lo cual me hace pensar que tengo gastritis. Ya he ido dos veces al doctor y la cuenta es de cómo 100 euros. Por esa razón he decidido comprarme un seguro y claro, tengo la suerte de pertenecer a ese minúsculo grupo de peruanos que pueden recibir dinero de sus padres ante tales casos, lo cual es un alivio injusto.

Quiero conseguir el empleo porque me gustaría devolver ese dinero y sentirme un poco responsable haciendo un esfuerzo que está a mi alcance. La pregunta es, por otro lado, ¿cuántas personas viven en mi país y en el mundo con escazas posibilidades de arreglárselas por sí solos consiguiendo un seguro eficaz en el mercado? Pues ciertamente poquísimos. ¿Y en todo caso, qué tan libre puede ser uno en esa situación? ¿Cuántas vidas se viven en estos momentos con el pecho al descubierto? Pues al menos un número lo suficientemente incalculable y dramático como para hacerle a uno pensar que la salud no puede convertirse en un derecho cuya satisfacción sea relativa y dependiente de las capacidades económicas de cada ser humano. Ni tampoco es admisible creer que el estado no tenga el deber de satisfacer ese interés hoy mismo. No existe libertad sin salud. Tal vez sea realmente ilusorio lo que exista sin ella al fin y al cabo. Somos en principio, totalmente dependientes de nuestro cuerpo y nuestra capacidad para desarrollarnos en la vida depende de la tutela de ese derecho. En fin, éstas son solo frases incapaces de describir la angustia y el drama que muchos padecen y que por algún medio de comunicación muchos de nosotros alguna vez hemos oído. Pero si de algo al menos me ha servido este viaje es que me ha enseñado a valorar eso que muchos damos por sentado en nuestras vidas privilegiadas.

jueves, 10 de abril de 2008

¿Y a ti, también Telaven?

La prensa internacional ha tenido en la mira a Hugo Chávez desde hace ya varios años. Sus polémicas declaraciones y su afán por poner en práctica lo que él mismo llama "socialismo del siglo XXI", son razones suficientes para no perderle el paso ni cuando duerme. Las críticas le han caído casi de todos lados, tildándolo de dictador, autoritario y hasta de "mal educado" (recuérdese sino el incidente con el Rey de España en Chile) ; pero sin embargo sigue contando con un fuerte respaldo de la población venezolana. Uno de los temas más delicados que afronta su gobierno es sin duda alguna, la libertad de expresión. Justamente hace dos días, la prensa internacional cubrió la noticia de la "censura" que sufriera Homero en la tierra de Bolívar, cuando los Simpson fueron considerados como un programa perjudicial para los niños.
El diario ABC de España comenta la noticia con la siguiente frase: "Hugo Chávez nacionaliza La siderúrgia y prohíbe la serie de Los Simpson". Sin embargo y en el desarrollo de la misma, informa que Conatel (el Consejo Nacional de Telecomunicaciones venezolano) había recibido quejas de padres de familia sobre el contenido de la serie y que habiéndole recordado a Televen -canal emisor de dicha serie- que bajo la ley de Responsabilidad Social vigente en dicho país, no estaba permitido pasar en ese horario -once de la mañana- programas que requieran de orientación de los padres, fue dicho canal quien optó por sacar de su programación a Los Simpson, poniendo en su lugar a los pechos de Pamela Anderson corriendo por las playas de Santa Mónica en traje de baño.
La versión on line del semanario alemán Der Spiegel fue un poco más exacta con su titular y la redacción del artículo que comentaba la noticia. No dijo en ningún momento que fue Hugo Chávez quien tomó la decisión, ni tampoco que Los Simpson fueron censurados. Sin embrago y hacia el final del artículo en cuestión lanza la pregunta de si dicho Presidente apoyaría la intervención de la Conatel, añadiendo en seguida que de ser así tendría algo en común con su archi rival, George W. Bush, cuyo padre criticó arduamente dicha serie por considerarla atentatoria contra los verdaderos valores del pueblo americano, defendiedo -en cambio- la serie que sí recogía el ideal de la familia americana, "los Waltons". Cabe la pregunta de si dicho semanario esperaría que Angela Merckel se pronunciara sobre un hipotético caso similar en la televisión alemana. Es más, y como dato anecdótico aprovecho en comentarlo, Los Simpson se transmite en Alemania a las seis de la tarde.
Como corolario y para decirlo sin mucho enredo: a mi el señor Hugo Chávez me causa repulsión. La verdad es que casi no puedo escuharlo más de un minuto sin sentir arcadas. No simpatizo con sus ideas ni con su forma de hacer política. Y aunque después de lo ocurrido con la licencia del canal venezolano RCTV, no me quedan dudas respecto a que la libertad de expresión en dicho país es tan respetada como la árbitra peruana Silvia Reyes, eso no justifica la falta de seriedad con la que muchas veces son tratadas las noticias concernientes a Venezuela. Hugo Chávez no ha sacado del aire a Homero, han sido dos fuertes razones las que han privado a los venezolanos de reirse un poco por las mañana: los senos de Pamela Anderson. Los Simpson podrían regresar en otro horario y sin problemas, lo que falta es la decisión al respecto de Televen.

martes, 8 de abril de 2008

Primera clase, primera impresión

Cuando la alarma del celular sonó, me demoré exactamente dos segundos en desactivarla y diez en volverme a dormir. Me desperté veinte minutos más tarde con la misma sensación con la que me había despertado durante varias mañanas del 2007: un frío espeluznante (literalmente y auque no tengo mucho pelo) en la parte superior de mi cráneo que se acrecentaba en la medida en que aquel hombre desconocido apretaba su pistola contra mi cabeza. Al principio pensé que no debía preocuparme y que no era más que un sueño, que Haro no podía haberse tomado la molestia de viajar a Alemania para despertarme como solía hacerlo todos los viernes a las cinco y media de la mañana para que asista puntualmente a su seminario. Al mirar el reloj que marcaba las siete en punto de la mañana, aquella sospecha se convirtió en una verdad irrefutable; comparable, tal vez, con los dogmas que "se" desayuna todos los días, antes de ir a dictar clases, el querídisimo profesor de Derecho Civil de la PUCP con acento italiano (según el mismo cree). Sin embargo y aunque la cara no se la pude ver hasta las ocho y cuarto, el verdadero culpable de aquel sacrilegio fue el Profesor alemán Fabian Wittreck, quien tiene a su cargo el dictado del
curso Staatsrecht I (Grundrecht).
En efecto, el día de hoy empezó temprano, en realidad, muy temprano para mi gusto. Me desperté como solía hacerlo cuando tenía clases de "Competencia I" y de "Seminario sobre Competencia" con Haro y Luque, las únicas clases que valiendo la pena a esa hora del día, deberían sin embargo ser consideradas como una práctica académica atentatoria contra los derechos humanos. Aunque acabé de despertarme como dios manda recién a las ocho y veinticinco, estoy convencido de que todo el ajetreo que implicó asistir puntualmente a clase, manejando la bicicleta a menos dos grados centígrados y con los ojos cerrados, valió la pena con creces. El profesor de Staatsrecht I, lo que vendría a ser en la PUCP: Derecho Constitucional, empezó su clase ubicando la materia que tiene a su cargo dentro del Ordenamiento Jurídico Alemán, algo que no he visto hacer a ningún profesor de mi facultad en los cuatro años que tengo estudiando ahí. Tal vez a muchos no les parezca nada trascendental pero en el fondo he contado esto para ejemplificar y resumir lo minuciosas y ordenadas que son las clases introductorias o mejor dicho de "cursos Grundlagen" (fundamentales) que se imparten en la facultad de derecho a la que ahora asisto como parte del intercambio que hago en Alemania.
La clase estuvo llena de datos históricos, estadísticas, conceptos, bromas, preguntas, re-preguntas, consejos importantes y de algunas frases célebres de filósofos que intentaré encontrar en el "intranet" de la universidad para traducirlas y subirlas al blog. Destacó el hecho de que el profesor hiciera hincapié en lo importante que resultaría la Argumentación dentro de nuestras vidas, cerrando la presentación del curso recordándonos que en el Derecho nadie tiene ni tendrá la última palabra. Aunque he visto a profesores de la facultad de derecho de la PUCP explicar mejor esas ideas, reconozco que no son muchos (es más diría que escasean) los profesores que las pueden transimitir con pasión y fundamentos sólidos en cursos fundamentales o de introducción. Para vivir la experiencia de escuchar una explicación animosa, reflexiva y hasta reveladora (dependiendo de lo que uno entienda "por" y "del" derecho), recomiendo a los interesados se inscriban, visiten o de una vuelta y caigan "puntualmente" a la clase de Filosofía del Derecho, del Profesor Gorki Gonzales; y el siguiente ciclo a los que se inicien en la Rechtswissenschaft como dicen con exactitud los alemanes, les recomiendo se inscriban en el curso de Introducción a las Ciencias Jurídicas del mismo Profesor.
Nota: Las recomendaciones han sido extendidas con el mayor grado de imparcialidad y neutralidad imaginables.