"Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una
desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien
hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los
bosques, lejos de los hombres, como un suicidio;
un libro tiene que ser el hacha
para el mar congelado que llevamos dentro
."

Franz Kafka


domingo, 16 de marzo de 2008

Selber Schuld y el fraude tributario (parte I)

Entré a la sala de practicantes para buscar a Ramón y lo encontré poniéndose la casaca que solía vestir los días miércoles. Yo me puse el abrigo que solía ponerme todos los días menos el fin de semana y en seguida le hice el gesto con la ceja que significaba que ya era hora de ir por nuestro almuerzo. Bajamos por el ascensor donde nos encontramos con los diplomáticos que se dirigían a un restaurante cercano y conversamos por primera vez sobre el “pasado” académico de cada uno de nosotros -ellos pensaron hasta ese momento que yo ya había terminado la universidad-. El tema de la educación en la Universidad Católica nos agarró cuando estábamos bajando por la Mohren Straße y no tuve tiempo de explicarles a sus ahora ex-alumnos y jefes nuestros, algunas de las cosas que habían cambiado desde que dejaron la PUCP. Nos despedimos poco antes de doblar hacia la calle donde quedaba el imbiss en el que solía comer hasta hace poco menos de tres semanas y un fuerte golpe de viento helado nos castigo en la cara como para recordarnos que aún estábamos en Berlín.

Al terminar de disfrutar nuestro döner, el cual recibimos a cambio del accesible pago de € 2.50 y de aguantar el trato descortés de un turco bigotón muy parecido a Nicolás Lucar (lo cual convertía la situación en un preámbulo doblemente desagradable), nos dirigimos a comprar a Lidl, uno de los supermercados más conocidos en Alemania. Al hacer la cola para pagar en la caja notamos la presencia de una chica un tanto desorientada: ya había recorrido por más de tres veces el camino que nos separaba del cajero y parecía estar llamando a susurros ininteligibles a unas niñas que conversaban en la calle. No fue hasta que terminamos de intercambiar las primeras frases de una conversación sobre la pésima atención que brindan los cajeros alemanes, cuando la chica pegó un salto digno de condecoración en alguna competencia olímpica y nos abordó con una sonrisa de quien encuentra ayuda inesperada en medio de una situación apremiante. -¿Habláis español?, qué bueno-, (se respondió ella misma). Enseguida nos hizo un par de preguntas sobre la forma de pago en los supermercados alemanes, las cuales no se había atrevido a formular al cajero alemán no porque no supiera hablar alemán, sino por miedo a su reacción.

Fue hasta ese momento que creí que los únicos que nos desesperábamos en la cola buscando el monto exacto de lo que teníamos que pagar, para no recibir una mirada fulminante de los cajeros, éramos los latinos, africanos, asiáticos y árabes. Resultó entonces que hasta los propios europeos compraban con cierto temor en un país donde supermercados como Wong no tendrían la más mínima oportunidad de competir. Y digo esto último porque a través de la compra en los supermercados uno puede observar un cierto rasgo de la cultura alemana: la autosuficiencia. Nadie estaría dispuesto a pagar un poco más en el precio de los productos a cambio de una mejor atención. Nadie se sentiría cómodo con personas al costado que te recomiendan qué producto es mejor para tu necesidad, primero porque nadie mejor que “ellos” (los alemanes) sabe qué es lo que quieren y segundo porque de tener alguna pregunta acudirían a una de las dos personas que se encargan de acomodar los productos, así de sencillo. Sin embargo esas son razones secundarias por las que Wong no tendría éxito en Alemania, la principal es que los alemanes creen que esos empleos son un abuso. ¿Acaso no puede darse uno el trabajo de averiguar las características de los productos leyendo sus etiquetas?, o ¿resulta tan penoso acomodar en las bolsas los productos que compramos?, lo cierto es que el sólo hecho de formular estas preguntas indignarían a más de uno en estas tierras.

Mi segunda experiencia con los “cajeros” alemanes tampoco me tuvo como protagonista. En esa ocasión una francesa (seguramente estudiante de intercambio) se quedó sin efectivo para pagar en la caja. Tuvo que explicarle a la cajera, con el acento alemán más suave que he escuchado en toda mi vida, que lamentablemente tendría que ir a pedir dinero a su amiga que la esperaba afuera en la calle y que luego regresaría por sus cosas. Casi temblando, luego de ver la cara de la cajera que había aceptado su propuesta, la chica puso la mochila que llevaba para sus compras encima de la mesa de aluminio donde se colocaban todos los productos que pasaban por el lector del código de barras. Ni bien observó la mochila en su nuevo lugar, la cajera la cogió y sin importarle que hubieran cosas delicadas que se pudieran romper, la tiró al suelo con una violencia tal que no le dejó alternativa a la francesa, quien siguió su camino a la puerta, resignada y asustada. Estuve a punto de recriminarle a la cajera por el pésimo trato que brindaba cuando escuché al unísono un “selber schuld”, pronunciado por las tres personas restantes que estaban en la cola. En el acto se me desinfló del pecho toda la valentía que me había brotado por observar aquella escena y comprendí que aquellas “pequeñas” diferencias culturales que existen entre algunos países occidentales y otros occidentalizados resultan a veces significantes dependiendo del contexto. Lo que para mí era una muestra inaceptable de mal trato, no era más que una respuesta proporcional y comprensible (quizá hasta plausible) para la mayoría de alemanes. El hecho de que la chica dejase su mochila significaba que interrumpiría el trabajo de la cajera, lo cual a su vez repercutiría en la pérdida de tiempo que sufrirían los demás clientes que hacían la cola, y eso era evidentemente reprochable. Era pues "culpa propia" de la francesa haber arriesgado la integridad de los objetos que llevaba en su mochila.
Cada quien es en Alemania, responsable de sus actos y de las consecuencias que estos conllevan. Si alguien “mete la pata”, debe arreglárselas sin ayuda para salir del apuro; y no me refiero únicamente a los problemas que uno puede originar(se) en el supermercado sino en general, en la vida en sociedad. Con esto sin embargo no quisiera ocultar la ayuda que algunas personas efectivamente, suelen brindar a los distraídos que se meten en líos menores, pero resulta más exacto precisar que esta ayuda exitse más que como regla, como una excepción.

¿Existe cierto olor a individualismo en la sociedad alemana?, por lo menos para mí, sí. Pero sería preferible decir que ello es en realidad parcialmente cierto. Podría tomar bastantes ejemplos que servirían para demostrar que si bien los alemanes han hecho de la frase “selber schuld” una marca registrada que resume perfectamente su modo de observar la responsabilidad individual dentro de la vida en sociedad, eso no significa que valores como la solidaridad, la equidad y la justicia no sean apreciados, todo lo contrario. Están las huelgas de los transportistas que ningún periodista se atrevería de tildar como manifestación anti-democrática y ni qué decir de imaginarse la posibilidad de que Angela Merkel los compare con el perro del hortelano, estas huelgas acaparan la atención del ciudadano de a pie, quien trata de enterarse de las razones de la misma antes de apresurarse a lanzar alguna crítica. Están, por otro lado, las protestas estudiantiles por el alza de los “derechos académicos” que los universitarios deben pagar cada inicio de semestre o la protesta por la mejora de la estructura curricular con la que en muchas facultades no están de acuerdo; estos alumnos son escuchados ese mismo día en que protestan por los profesores de su facultad, preocupados porque se superen los problemas y porque no se pierdan horas de clase. Sin embargo no he encontrado mejor ejemplo para demostrar el aprecio por la justicia y la equidad en la sociedad alemana que el escándalo internacional sobre fraude tributario que involucra a la República Federal Alemana y al Principado de Liechtenstein, considerado por la prensa alemana como la peor catástrofe desde la era nazi.

2 comentarios:

M. dijo...

querido edward,
la distancia ha hecho que tu pluma mejore y sea feliz.
no vuelvas!

te abraza vanguardistamente,

m.

ps.- keep going che!

M. dijo...

querido dyer,
ya en serio, es un buen texto, bien construido. lo cual me asombra, pues no parece un texto parido en los montes de la madrugada.

esperare el final, pues me interesa publicarlo en la revista, pese a que su extension sobrepasa el limite.

m.