"Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una
desgracia, que nos duelan profundamente como la muerte de una persona a quien
hubiésemos amado más que a nosotros mismos, como si fuésemos arrojados a los
bosques, lejos de los hombres, como un suicidio;
un libro tiene que ser el hacha
para el mar congelado que llevamos dentro
."

Franz Kafka


jueves, 15 de mayo de 2008

Sin más alcohol ni cigarros, pero con un seguro al fin y al cabo

Hoy he comprado por fin mi seguro médico en Alemania. El que tenía de Perú era todo menos eso, podría incluso decir que mirarlo me producía una profunda inseguridad mezclada con retorcijos estomacales inaguantables. La historia podría empezar en aquella noche de febrero en la que me atacó por sorpresa el ardor más espeluznante que la mente se puede imaginar, pero para abreviar el asunto me remontaré al domingo pasado cuando en el tren que nos llevaba – a mi novia y a mi- a Oldenburg para visitar a su familia, me atacó por quinta vez aquel ardor insufrible. Fueron dos horas en las que sentía que el estómago se me estaba deshaciendo lentamente a pedacitos y fue tal vez por eso que cuando mi novia me preguntó si el dolor era tan fuerte como sugería mi cara, le respondí que de estar seguro que iba a tener que vivir con ese dolor por varios días contemplaría la posibilidad de acabar con el dolor yo mismo.

El dolor “pasó” – y de hecho suena chistoso utilizar esa palabra tan común para designar la ausencia del dolor, pues uno se pregunta: ¿a dónde mierda ha pasado entonces?- de un segundo a otro y sin avisar, tal y como había ocurrido en los meses anteriores. Cuando llegamos a la estación de tren, Hartmut –el papá de mi novia con el que ya no podré tomar más cerveza y me limitaré, en cambio, a jugarle ajedrez- nos recogió amablemente y me resondró casi indignado por no haber comprado un seguro con anterioridad, pues ahora cualquier consulta o emergencia costaría dinero. Aquél domingo compré mis pastillas contra la gastritis y el lunes acudí al hospital pues Katrin pudo advertir un cierto tono amarillento en mis ojos. Resultó que el ph de mi hígado –si entendí bien lo que me dijo la doctora- estaba por encima de lo normal y en consecuencia debía hacerme ver por un especialista lo antes posible.
A la mañana siguiente dejé Oldenburg con la pena que significa siempre despedirse de aquella familia –la de Katrin- tan divertida y amable, y me enrumbé junto con ella hacia Münster a buscar un gastroenterólogo. La cita la conseguí para las tres de la tarde, lo que me dio tiempo para acompañar a las doce del día a Katrin y a Reyna a la estación de tren. Ellas tomaron el tren que supuestamente yo también debería haber tomado; se fueron a Düsseldorf y de ahí tomaron un avión a Sevilla para pasar unos 7 días de relajo y de turismo merecido. El médico que me atendió fue el Proffesor, Dr., Dr. Foerster, un galeno que transmitía más seguridad que el Papa –lo cual en estos tiempos no resulta del todo un cumplido- cuyo padre había navegado en 1947 desde el puerto del Callao hasta la Polinesia en la famosa embarcación Kon Tiki para demostrar que los Incas pudieron colonizar dichas islas. El diagnóstico del Profesor Foerster fue colelitiasis y me recomendó un nuevo examen de resonancia magnética para poder determinar recién después, el tratamiento que debería seguir.
Lo que no me dejó tranquilo fue la posibilidad que deslizó el hijo de tan ilustre vikingo de hacerme una operación. Y no me dejó tranquilo no por el miedo a la operación misma sino por miedo al costo. Durante el martes y la mañana del miércoles yo parecía un alma en pena merodeando por mi casa: estaba sin ganas de terminar Memorias de mis putas tristes de Gabriel García Márquez, sin apetito, sin ganas de jugar wining y por último y lo que es peor, sin ganas de escribir nada. Llamé aquellos dos días a la central de Euroamerican Assistence -ojo que ese "seguro" me lo enyucaron en Intej- y la señorita cuyo nombre acabo de botar a la basura –que es donde debe sentirse sumamente cómodo- me negó la asistencia médica de emergencia aduciendo que ellos tenían “sus procedimientos” y que como ya había empezado a tratarme de forma privada, debía continuarlo así. Yo le respondí que en el contrato decía que uno podía prescindir de la llamada a la central antes de ser atendido médicamente en los casos de extrema urgencia, y le añadí que podía enviarle la factura del hospital si así lo deseaba, pero ella se quedó muda por unos segundos y repitió lo que su jefa le soplaba al oído. Yo ignoro si aquella señorita cuyo nombre yace en el jardín más digno que pude encontrarle puede realmente dormir tranquila sabiendo lo que hace para ganarse la vida: poner en riesgo la de los demás.
En fin, todo esto -como dice Martín Soto- ha terminado por volver a cambiarme. El hizo hace unas semanas una radiografía de mi paso por la facultad de derecho y me permitió conocerme un poco más a través de esas líneas que no han perdido la sinceridad y la elocuencia que lo han caracterizado siempre. Han venido preguntas viejas a mi cabeza y eso es algo que le estaré profundamente agradecido por siempre a la gastritis, a la colelitiasis y a Martín. Espero poder responder a esas preguntas pronto o quizá mejor que eso, prefiero que esas preguntas le abran el paso a nuevas y más incisivas preguntas. De momento me queda disfrutar de la tranquilidad que siento al saber que no estoy al “pecho calato” en Alemania y de recuperar el tiempo perdido y los contactos que he dejado estúpidamente de lado.

No logro evitar la sensación de verme como un estúpidamente afortunado en medio de tanta miseria lejana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Edward,

Parecio sumamente grato que me coloques al nivel de la gastritis y la colelitiasis.

De otro lado, hermano, estamos preocupados por tu salud.
Allí en la oficina gris del segundo piso de la facultad, donde tanto laburo no hemos realizado, pese a -sin duda- haberlo hecho (y que digan lo que quieran, Hector dixit!-)... en aquella oficina estamos todos inquietos por los ardores y las piedras que traes en tus adentros...

Quizá el presidente García debiera sacartelas de dos patadas... no lo sabemos.


Edward, colega, deseo que mejores y que regreses con bien a esta Lima, que con humedad terrible hace notar los cigarrillos que no fumo, pues no tengo tu compañia.

Perdona que no ponga grandes cosas. De momento te digo que aprecio la mención en el post y aprecio mas que me iguales hacia abajo con las excrecencias esas que padeces.

te abraza,

m.

NOTA: che, tu médico merece una historia aparte,eh!